Sello y garantía del Espiritu Santo

Cuando somos bautizados, dice la Palabra que se nos perdonan nuestros pecados y que recibimos el Espíritu Santo (Hechos 2.38). Así empezamos nuestra vida cristiana. El don del Espíritu Santo es el regalo que Dios nos hace, y en otras partes de la Biblia, a esta misma operación, se le designa por otros nombres. Por ejemplo, hay tres versículos donde se nos dice que hemos sido sellados con el Espíritu Santo. En 2 Corintios 1.22 claramente vemos que quien nos sella es Dios mismo. En el versículo 21 también dice que él es el que nos unge.
En Efesios 1.13 también nos dice la palabra que habiendo oído y creído el evangelio, fuimos sellados con el Espíritu Santo, según la promesa que Cristo había hecho. Y en el mismo libro en Efesios 4.30 volvemos a leer que fuimos sellados con el Espíritu Santo para el día de la redención, por lo cual no debemos entristecerlo con nuestra mala manera de vivir, sino que debemos llevar una vida santa y consagrada al Señor (Ef. 4.25-32).
En los versículos que hemos comentado el verbo sellar está en tiempo pasado; sellado, porque es algo que como cristiano ya experimentó, y que sucedió, como ya dijimos, al momento de nuestro bautismo. Ser sellado quiere decir estar marcado. Se sella o se marca una cosa para indicar propiedad. Las naciones, las empresas, las instituciones y los hombres tienen sus sellos con que marcan lo que les pertenece.
Así también Dios tiene su sello que es el Espíritu Santo con que marca a aquéllos que ya le pertenecemos (Apocalipsis 7.3).
También en 2 Corintios 1.22 dice que Dios, además de habernos sellado, nos ha dado las arras del Espíritu Santo en nuestros corazones. En la nueva versión popular dice que Dios “ha puesto el Espíritu Santo en nuestro corazón como garantía de lo que vamos a recibir”. Otras versiones traducen “prenda”. De todos modos, arras, garantía y prenda significan lo mismo. ¿Qué quiere decir esto? Simple y sencillamente que como dice el versículo 20, Dios nos ha hecho promesas que han de cumplirse en el futuro, y para que tengamos la certeza de ello, él nos da como garantía a su Santo Espíritu.
Por supuesto que uno piensa que Dios o tiene por qué llegar a extremos tales con nosotros sus criaturas inmerecedoras de todo; pero es precisamente aquí donde se pone de manifiesto su gran amor por nosotros. Si en la prueba suprema de su amor dio a su Hijo santísimo en sacrificio para salvarnos del pecado, no debiera extrañarnos que para garantizarnos las promesas venideras nos dé como garantía a su Santo Espíritu.
¡Cuán grande es el amor de nuestro bendito Padre Celestial! Para comprender mejor estas actitudes sublimes e insondables de Dios para con nosotros los humanos recordemos que en una ocasión le dio una  promesa a Abraham y luego se la confirmó por juramento Hebreos 6.13 dice que Dios no pudiendo jurar por otro mayor juró por sí mismo.
¿Qué necesidad tenía Dios de jurar a Abraham, su criatura? Lo hizo para que Abraham creyera y no dudara, como humano que era. Lo mismo sucede ahora con nosotros. Dios nos ha dado promesas y por supuesto, las cumplirá; pero para asegurarnos su cumplimiento nos ha dado la garantía, prenda o arras que es el Espíritu Santo.
No los merecemos, pero el amor de Dios es tan grande que con nuestra mente limitada y finita jamás podremos alcanzar a comprender. En 2 Cor. 5.5 también leemos que Dios nos ha dado las arras del Espíritu Santo. Es la garantía que tenemos de ese edificio, esa casa no hecha de manos, eterna en los cielos, de que leemos en el versículo 1.
Finalmente leemos en Efesios 1.14 (DHH) que “El Espíritu Santo es la garantía de que recibiremos la herencia que Dios nos ha de dar cuando haya completado la liberación de los suyos, para que él sea alabado por su grandeza”. Es el Espíritu Santo, pues, la garantía de nuestra herencia.
Hermano, ¿se ha dado cuenta de la grandiosa distinción de que usted ha sido objeto por el amor de Dios? ¿Está usted consciente de ello? Sellado como propiedad de Dios y con la garantía de que él es fiel para cumplir lo que ha prometido.
¡Alabemos y glorifiquemos a nuestro bendito Padre Celestial, en el nombre de su santísimo Hijo Jesucristo por habernos sellado y dado la garantía del Espíritu Santo! A él sea el imperio, la honra y la gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.
—Conrado Urrutia